Barba Azul
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Jhen, sobre Barba Azul, de Jacques Martin y Jean Pleyers
Creo haber leído, en alguno de los foros de la Red en los que se debate la obra de Jacques Martin, que Barba Azul (1984) cierra un ciclo dedicado al nefasto Gilles de Rais dentro de las aventuras de Jhen, el arquitecto de catedrales con trazas de caballero andante que recorre la Europa del siglo XV deshaciendo entuertos. A fe mía que Jhen es el tercer gran personaje de Martin, tras Alix y Lefranc. De este último atesoro sus aventuras desde la edición de Grijalbo de las diez primeras en los años 80. Estos días me dispongo a releerlas.
No acabo de entender qué ciclo es ése que cierra Barba Azul (1984) ya que Gilles de Rais, el infausto asesino de infantes que también fuera mariscal de Francia, es un personaje habitual en toda la colección: algo así como César a las aventuras de Alix. Su castillo (Tiffauges) casi puede entenderse como Moulinsart a las de Tintín. Más aún, siendo el caso de que ésta es una serie sin secundarios habituales, el monstruoso barón de Rais, aunque en algunas entregas sólo aparece por alusiones, es, tras el propio Jhen Roque, quien tiene un mayor protagonismo en la colección.
Anterior incluso a la Alimaña de Csejthe, Gilles de Rais, el depredador de Bretaña, es uno de los primeros asesinos en serie que la historia registra. A buen seguro que anteriormente hubo más, pero faltaron anales para que la noticia de sus abominaciones llegara hasta nosotros. En cualquier caso, ni su valeroso pasado junto a Juana de Arco ni el poder inmenso del que gozaba la aristocracia en el medioevo -el barón pertenecía a una de las familias de más rancio abolengo de Francia- pudo salvar al mariscal de la justicia.
Tanta maldad no se le pasó por alto a la cultura popular. Parece ser que fue Charles Perrault el primero que recogió las consejas seculares que hablaban del barón en su cuento Barba azul (1697). De ese color parecía ser la barba del abominable Gilles. Ahora bien, puesto a escribir su pieza, llamada a ser un clásico, el ilustre cuentista consideró menos escabroso que en ella los niños, a los que el monstruoso barón decapitaba mientras sodomizaba entre otras atrocidades, en su cuento fueran las antiguas esposas a las que había matado, sin entrar en detalles, el protagonista. Y Perrault hiló tan fino que al día de hoy Barba azul es un cuento de hadas, infantil.
Acaso fuera Georges Bataille el primero que acometió la espeluznante experiencia del depredador de Bretaña en su auténtica dimensión en El verdadero Barba azul: la tragedia de Gilles de Rais (1965). Trece años después, cuando Martin y Jean Pleyers publicaron la primera entrega de Jhen, El oro de la muerte, apenas traban amistad nuestro arquitecto y el barón tras su vano intento de salvar a la doncella de Orleans de la hoguera que los ingleses han dispuesto para ella, ya hay referencia a las abominaciones del mariscal. Y es que, según Bataille, Gilles de Rais quiso tanto a Juana de Arco que, cuando la quemaron, decidió renunciar a las mujeres y empezar sus abominaciones con los niños.
En cualquier caso, en los tres álbumes precedentes a Barba Azul, las atrocidades del barón sólo se sugieren en las desapariciones de infantes, en los pestilentes humos que emanan del torreón donde se queman los restos de los desdichados o en el afán del monstruo por los coros infantiles. Dichas aberraciones, aquí ya constituyen el asunto del álbum. La historieta da comienzo con Jhen en Tiffauges, trabajando en los planos de una nueva capilla. Unos tapices, que el barón le acaba de robar a la reina Yolanda de Aragón y que colgará del nuevo templo, serán el motivo del primer enfrentamiento entre los dos amigos.
Aunque en esa primera disputa Jhen hace entrar en razón al mariscal, nuestro héroe abandona el castillo para ir a fortificar una granja vecina. Mientras tanto, a varias leguas de allí -como se dice en el álbum-, Guillaume de Sillé -uno de los nigromantes que trabajan para el barón, el siniestro personaje que preside la portada- llega al pueblo de Machecoul ofreciendo dinero por un niño. Damos por sobrentendido que cuando su madre se lo entrega sabe que su destino no es, como se dice, el de paje del abominable mariscal.
En las siguientes viñetas son los mayores de una tropa de huérfanos, a quienes nuestro arquitecto y los lugareños para los que trabaja han dado asilo la noche anterior, los desaparecidos. Sin embargo, Jhen no acaba por tomar cartas en el asunto hasta que, yendo en compañía de un muchacho a buscar materiales a Machecoul, el pueblo que se extiende al pie de otra de las fortalezas del señor de Rais, Guillaume de Sillé intenta llevarse a un joven y el arquitecto se enfrenta a él. Estamos ya en la página 18 de las 46 que integran el álbum y es ahora cuando acomete su verdadero argumento. La deriva que a mi juicio constituyen las 17 páginas precedentes -y aún habrá un segundo derrotero- hacen que la historieta resulte algo farragosa. Sin que ello signifique menoscabar en modo alguno a Jacques Martin, a quien tengo entre los más grandes del cómic franco-belga, he de confesar que su guión me ha parecido una obra menor, superada en todo momento por el dibujo de Pleyers.
Tras enfrentarse a Guillaume de Sillé, Jhen, junto a unos titiriteros que encuentra en esa misma posada, pone en marcha una pieza teatral satírica en la que se refieren los crímenes del mariscal y va a representarla al castillo de Machecoul, delante de su amigo. El depredador de Bretaña, indignado, manda prender al arquitecto y arrojarlo al fondo de la misma torre donde se guardan los huesos de sus víctimas. Rescatado del terrible lugar por el muchacho que le ha acompañado a Machecoul en el preciso instante en que se dispone a escapar, logran llegar a la granja, donde son sitiados por el barón y su ejército. Para que no muera nadie, Jhen desafía a su antiguo amigo a un duelo singular y el señor de Rais acepta. Pero de pronto, en plena liza, cuando Jhen cae accidentalmente al agua, Gilles de Rais, repentinamente, recupera la amistad que siente por él. Hechas las paces con un banquete, todo vuelve a ser lo mismo. Llega entonces eso que yo llamo la segunda deriva. En la que el mariscal, luego de insultar a su hermano tras acampar en sus tierras, vuelve a darse a sus perversiones. Ahora es una alcahueta, en lugar de Guillaume de Sillé, quien le busca a los desdichados.
En gran medida, esos derroteros por los que se pierde la trama, se deben a las diferentes explicaciones de la perversidad del barón que se nos dan. Así, como su monstruosidad no le impidió seguir siendo un ferviente católico, se nos presentan unas páginas en que el señor de Rais, muy atribulado por sus abominaciones, da la vuelta a una talla de la Virgen para que la figura no presencia los crímenes. La pieza es merecedora de una pequeña subtrama, casi atropellada en las últimas viñetas, antes de volver al señor de Rais. El mariscal la recibe alborozado, dándonos a entender un propósito de enmienda que no tuvo el personaje real. Tampoco faltan alusiones a los alquimistas que hubo en todos sus castillos. Son verídicas, bien es cierto, como el miedo al diablo que siempre experimento el barón referido en la primera deriva. Pero esa veracidad no exime a unas y a otras de la extemporaneidad de su colocación en la exposición del argumento.
Publicado el 14 de diciembre de 2014 a las 11:15.